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sábado, 10 de diciembre de 2011

El señor Humala y los sueños de una noche de verano.

Por: Johel Miguel Pozo Tinoco
Egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Fueron sólo sueños de una noche de verano aquellas imágenes de Ollanta Humala emitiendo discursos proclamando su propuesta de crecimiento con inclusión social. Ante el estado de emergencia impuesto en Cajamarca las voces más racionales gritan ¡Traición! Lo cual motiva una severa crítica al gobierno debido al giro en el discurso y la constatación de la verdadera representatividad que asume: la representatividad de las necesidades de las empresas.
Como todo proceso social, este último evento encierra varias paradojas.  La primera es que la democracia que la población entiende es diferente a la que el Estado ampara. Hay una diferencia entre el sueño de la población y la realidad que el Estado encierra. Y es que no puede haber democracia dentro de la dominación. Pero sí una falsa conciencia que soporta la ideología dominante universalizándola para convertirla en un discurso homogéneo.
¿Qué es real y qué es falso en nuestra agitada sociedad? La contradicción es real y la democracia es la ilusión.
El Estado, degenerado a un club de ricos, sostiene su poder limitando libertades, estableciendo instituciones y monopolizando la violencia. Desde Hobbes aparece aquella idea de que la autoridad no puede ser juzgada según las leyes que rigen a los súbditos, en nuestro caso atractivamente llamados ciudadanos. Vale decir que el poder que concentra el Estado es absoluto, y que cualquier acción contra ello conlleva a la anarquía o a la disolución del pacto que nos permite vivir civilizadamente. La libertad consiste en la libre actividad dentro de las leyes. La democracia es sólo un proceso en el que las autoridades reciben esa autorización de parte de ciudadanos de ejercer el monopolio del gobierno. La democracia vista desde el Estado es ese proceso justificador del poder concentrado en pocas manos que esconden no tan nobles intensiones.
Visto desde la población, tomando en cuenta el falso contenido, se asume que el ciudadano tiene el poder de elegir a sus representantes. Y sobre esa elección se entiende que se confíe en que esa concentración del poder represente a fulano, mengano, zutano y perengano. El ciudadano confía en su poder sobre las ánforas y asume que su acción cívica culmina con la elección de un representante. La democracia desde la población se sostiene en la libertad de elección pero al ser inexistente tal libertad entonces este tipo de visión de la democracia sólo asume forma de ilusión.
El ciudadano actual es manipulado de tal forma que sólo es democrática su elección, enajenándose su libertad, y antidemocrática su participación. Peor aún reduciendo su participación al mero acto simbólico de ensuciarse el dedo y agitarse en el discurso de un puñado de candidatos. Luego, la policía que lo protege en el sufragio es la misma que lo reprime en las protestas. Su libertad de opinión tiene fecha de vencimiento al concentrarse el poder en el representante.
No existe libertad bajo la dominación, ni democracia bajo la concentración de poder, ni paz ante el monopolio de la violencia, ni verdad frente al consenso condicionado. El Estado-nación moderno se forma con el triunfo de la burguesía sobre la aristocracia estamental,  sobre el campesinado y sobre la clase obrera. El Estado no se define por la representatividad discursiva sino por su representatividad histórica. Y quienes han definido esta representatividad ha sido a lo largo de la historia moderna la burguesía.
Una segunda paradoja es con respecto a la naturaleza de la acción política que adquiere formas de administración de empresas. El Marketing es al proselitismo como el consumismo es al sufragio. Y sobre esto el punto crítico es el estado mental de la población que asume las reglas de juego sin reflexionar antes su efectividad. Mientras la población siga interiorizando la ideología dominante que define la acción política como aquella enmarcada por la legalidad el límite de la crítica no sobrepasará el mero reformismo.
Sólo tomando en cuenta este panorama es posible entender cómo el éxito del discurso es simultáneamente el fracaso del contenido. Claro, en nuestro caso un contenido falsificado. Esto nos permite entender la frase tan ridícula pero expresada como el gran descubrimiento de que una cosa es ser candidato y otra es ser gobernante.
En un artículo Atilio Borón hace algún tiempo puso sobre sus pies la inversión al que hemos llegado en nuestro razonamiento. No es la democracia capitalista, sino el capitalismo democrático en el que estamos sumergidos. Esto nos permite entender qué es real y cuál es su modo de expresión. Durante el fujimorismo estuvimos sumidos en un capitalismo dictatorial y ahora en un capitalismo con atisbos de dictadura pero con ropaje democrático. El modelo que asume nuestro señor presidente es el de una democracia travesti pues oculta la verdadera naturaleza aberrante de un sistema que no dudará en reprimir al ver el detrimento en los intereses de la clase dominante. El sistema es el que define el carácter de las formas políticas pero sólo nuestra querida y mediocre prensa se le ocurre hacer el esfuerzo por definir el sistema por sus formas políticas.
Y no hay que ser un apologista de la violencia para encontrarle la contradicción al sistema, sólo basta hacer un esfuerzo por desarrollar una ideología en tiempos en que ser ideológico  ya ha pasado de moda.
Sólo podemos sorprendernos del giro a la derecha del derechísimo señor presidente si no comprendemos que en las elecciones se refleja la trampa justificadora más grande. Quien confío ciegamente en ensuciarse el dedo para no ensuciarse los zapatos puede dar fe de ello. El asunto de fondo no es la traición de un gobernante más o uno menos, sino la credulidad de la población en pensar que sólo basta marcar un aspa o cruz o viciar su voto para medir su grado de ciudadanía. Sólo un ciudadano que busca un discurso alentador necesita como motivación un discurso desalentador. El meollo del asunto no debe partir de la pieza del sistema que se conoce sino del elemento reservado al silencio: la acción colectiva.
Desde Hobbes se ha inventado esa bestia al que todos le debemos temer y al que a su vez respetamos. A la bestia que concentra el poder absoluto por consentimiento racional de un pacto entre lobos. El Estado ha logrado hacernos creer, al igual que la religión, que su poder es inmutable e irrevocable. Es hora de desmontar esa bestia que se alimenta de nuestra libertad. La acción política puede ser definida en estas líneas como praxis, es decir la unión entre el pensamiento, la intensión y la acción en un solo acto. Y en la actualidad urge unificar esto en torno a un proyecto ideológico a pesar del reclamo de los muy ideologizados justificadores del sistema.
Pero nuevamente encontramos la paradoja de lo real y lo imaginario. Quizá hallaremos que lo real es la necesidad de cambio y lo imaginario es nuestra capacidad. Lejos de turbarnos ello exige que la población asuma el reto de desobedecer a sus autoridades y obedecer a su conciencia. Desaprender lo que nos vuelve obedientes y funcionales al sistema. Volver a aprender y aplicar que decir lo que se piensa no es ilegal. Esos sueños de una noche de elecciones que se han convertido en pesadillas deben ser desenmascarados en la educación que está inmersa en nosotros, porque en lo otro, el señor presidente se basta a sí mismo para desenmascararse.

1 comentario:

  1. interesante tema que has desarrollado, en efecto hay en nuestro país una lucha de imaginarios sociales que se confronta entre sí por el poder y que influye en las tomas de decisiones o acciones gubernamentales que a largo plazo incide y/o reflejan negativamente en la política y la sociedad del país. muy buen análisis.

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