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martes, 6 de diciembre de 2011

Reflexiones de un “desencantado”

Por Luis Chávez Lara
Egresado de Historia de la UNMSM

De niño jugaba a las escondidas, a las chapadas, al kiwi, al matagente y a los encantados. De todas estas infantiles diversiones recuerdo más la última que consistía en tocar al adversario a fin de inmovilizarlo, como por arte de magia y momentáneamente, el cual debía esperar a que uno de los suyos lo desencantase para reincorporarse al juego y defender a su bando frente al enemigo. Pues bien esta inocente actividad lúdica ve su representación en este momento social en el que la población se ha desencantado del efecto post – elección, en cuya coyuntura estuvimos entusiasmados por demás con el nuevo Gobierno, adormecidos, quietos, sin empujoncitos con los cuales reaccionar. Lo recuerdo como si fuera ayer, los empresarios de la CONFIEP declarando sobre la inclusión social, los medios de comunicación difundiendo optimismo, los intelectuales de izquierda celebrando junto con los sectores moderados y “heroicos” anti – fujimoristas, yo mismo peleándome con buenos amigos por mi repentino (dicen) cambio de bando, por ser uno de los miles de peruanos que finalmente y cuando se iba en picada creyó en Humala y le permitimos ganar la elección, el pueblo se desbordaba en alegría, sería una nueva era, al fin el Gobierno estaría en manos de uno de sus hijos y no de la tradicional clase política, aquella que valgan verdades poco o nada han hecho por él. Así estuvimos, encantadísimos con nuestra nacional decisión (aunque haya sido solo de la mitad).

Pero en el camino que acababa de recorrer Ollanta Humala cocinó un sancochado peor que el de PPK al juntar en una misma opción a Vargas Llosa y a Mario Huamán, o a Castilla y a Diez Canseco, pero qué importaban estas disímiles personalidades, al carecer de ideología el pragmatismo guiaría sus pasos, sería un gobierno de ancha base, un conglomerado de distintas doctrinas que a pesar de las contradicciones y diferencias filosóficas de sus representantes privilegiarían a los más desprotegidos del país, los pobres, ellos serían su causa, su razón de ser. Todos entramos en un estado de letargo, confiados en que el Presidente cambiaría la situación, defendiendo, a veces a regañadientes sus decisiones, tercos en nuestra injustificada certidumbre de que en algo podría cambiar la cosa, idiotizados por Nadine y sus lujosos vestidos.

Hoy por hoy soy testigo en el Facebook de cómo algunos de mis contactos y determinados grupos de izquierda le retiran su apoyo a Humala, por el Twitter, Favre y Tapia protagonizando escandalosos enfrentamientos que no se deberían ventilar en tweets sino en sus reuniones partidarias, a puertas cerradas y con candado de siete llaves. Congresistas deleznables que se escudan en su condición de representantes del pueblo para obtener beneficios nada santos como TV por cable gratis y concesiones mineras, un cuestionado Vicepresidente que se niega a renunciar aún cuando todo apunta a que pasará a la historia como traficante de influencias, así pida nuevamente disculpas en el Congreso y frente a Lay, figura, no sé por qué, de la moral parlamentaria. Todo esto produjo lo que vengo percibiendo desde hace un tiempo, un sentimiento generalizado de desencanto con relación a la expectativa que generó la ascensión al poder de Ollanta Humala, las encuestas lo reflejan, a ver si ahora sí les creen.

Lo último, Conga y la declaratoria del estado de emergencia de Cajamarca, un problema que se repite a lo largo y ancho del territorio nacional, agua versus minería, vida versus inversión, salud versus plata. Problemático en esencia y por ende políticamente aprovechable por los sectores radicalizados y en ocasiones intransigentes que pululan entre las manifestaciones anti – mineras y anti – penales. El Estado subordinando a su personal militar ante la empresa privada, la cual provee el rancho a la tropa mandada a poner en orden o reprimir (llámenle como quieran) a la población, cuestionable ofrecimiento de Yanacocha que alimenta a los soldados y policías, a los monopolizadores de la violencia estatal; otra, un estudio del MINAG que asegura que el proyecto desaparecerá varios ecosistemas y que afectará vitales lagunas para las poblaciones aledañas, daño ecológico y humano, irreparable, así es de complejo, así de jodido, pero necesitamos la plata, el mismo one dollar que constantemente oyen los turistas que visitan Cusco de parte de los empobrecidos pobladores, y que las empresas mineras multiplican por millones que depositan en cuentas extranjeras o de poderosos ricos que extienden sus verdes tentáculos entre organismos internacionales y gobiernos corruptos.

Me pregunto, quizá sea mejor que las exorbitantes ganancias producto de la minería dejen de ser la principal fuente de ingreso del país, o cambiar nuestro primario modelo económico por otro, pero de hacerlo, o de decidirnos a hacerlo qué pasos deberíamos seguir, quizá bloquear carreteras, quizá detener las ambulancias, quizá dejando morir a los enfermos o matar algún policía, o viceversa, siendo autoridad dispararle al poblador indignado por la muerte accidental de un hijo golpeado por una bomba lacrimógena y que se acerca peligrosamente con un afilado machete, por último, tomar el control de los proyectos mineros y acabar con su contaminante proceder o direccionar la producción minera hacia un tratamiento más cuidadoso con el medio ambiente y con la gente, quizá exigir que esta extractiva actividad sea más humana y el Estado más peruano. Sea cual sea el camino a seguir siempre la violencia se hace presente, tal y como me lo hizo recordar otro habitante de este blog hace poco, “la violencia es el motor de la historia” (del ingenioso Marx), sí, la violencia, aquella llamada revolucionaria, aquella que se presenta cuando las contradicciones son tales que la situación se hace insostenible, cuando el pueblo hace oír su desatendida voz.

En ocasiones oigo a mis acomodados amigos decir “esa gente ignorante no deja que el país progrese” o “malditos cholos egoístas”. Y yo les digo que les traeré una montaña de oro al lado de sus bonitas viviendas y pavimentadas calles, cómo les cambia la cara, “mis hijos”, “mis pulmones”, “la bulla” es lo primero que dicen. De inmediato muestran su indignación, su descontento e incluso su miedo, causa principal de los conflictos socioambientales en el Perú, país minero “por excelencia”, pero también uno de los más ricos en biodiversidad y poseedor de ancestrales culturas que han convivido durante milenios en armonía con la naturaleza. A veces hay que ponerse en el lugar del otro, solo un poco, nada más. Me pongo a pensar en la gestión de los municipios y regiones y ya estoy pensando en otra columna, porque en qué cabeza cabe que retorne más del 50% del presupuesto ejecutable al Gobierno Central, su incompetencia para administrar el dinero de los peruanos es una de las causas de la desigualdad, de la frustración, del desencanto y de la indignación de las personas, que no ven crecer oportunidades sino solo inmensos tajos en el suelo.

Estoy desencantado ya, pero una palabra como un lejano rezago aún retumba en mis adentros sociales demócratas, inclusión señores, esa palabra que se nos pegó en la campaña, inclusión para parar la violencia, inclusión para redistribuir mejor la “riqueza” o el necesario, sí, necesario dinero, inclusión no solo de la gente, sino de la biodiversidad en la agenda nacional, urgente delimitación de las ZEE, respeto de las lagunas que regalan vida y si hay minería que sea social y ecológicamente responsable, porque de nuevo, valgan verdades, todos sabemos sobre las promesas incumplidas, sobre los relaves en el área andina (yo mismo puedo dar fe de ello), sobre los influyentes intereses económicos detrás de estas inversiones, pero poco hacemos o simplemente los ignoramos por temor a decirlo en público o que nos señalen como el rojito del barrio o de la chamba, cuando todos deberíamos pronunciarnos ya que nos compete como país, como Perú. No pretendamos tapar el sol con un dedo, el astro rey es más grande que una pepita y si bien sus brillos son parecidos, el del sol nos da la vida, y finalmente eso es lo que debería importarnos.

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