Por Ana Lucía Araujo
Raurau
El domingo pasado se publicó en el diario La República una encuesta realizada por
la agencia GFK[1] que, entre otros
ítems relacionados, medía la aprobación del presidente Ollanta Humala. Más allá
del sorprendente salto que, según la encuesta, daba la aprobación del
presidente en medio de tanto conflicto y escándalo, hubo una cosa bastante
interesante que inmediatamente llamó mi atención entre los datos que leía. Una
de las preguntas realizadas a los encuestados versaba sobre la razón por la que
éstos aprobaban o desaprobaban a Humala y lo paradójico -y curioso- era que el
41% de los que aprobaban la gestión y el 66% que la desaprobaba, lo hacían por
el mismísimo motivo: Humala está (in)cumpliendo sus promesas[2].
¿A qué promesas se
referirían? Una primera respuesta que podríamos esbozar es que se refieren a
las propuestas de índole técnico, como por ejemplo la implementación de
programas sociales como “Beca 18”, o “Cuna más”, o el aumento del sueldo básico
a 750 soles. La lógica sería: aquellos que recibieron satisfactoriamente estos
programas van con Ollanta, los otros no. No obstante, un cuadro de distribución
que nos da la misma encuesta indica que los sectores sociales menos contentos
con Humala -es decir, muchos de los que piensan que Humala no va cumpliendo sus promesas- son el D y E y, por lo contrario,
los más confortados son los sectores A/B y C. Si volteamos la tortilla y
alegamos que técnicamente, se está cumpliendo con mantener estable y en alza a
la economía peruana y por eso los sectores más elevados son los más felices,
observamos contrariamente que el 58% de las personas que habitan el Oriente -la
selva- aprueba la gestión de Humala. Por demás está decir que el Oriente no
está repleto de personas con alto poder adquisitivo, cosa que ni siquiera pasa
en Lima -supuesto centro de poder-.
Mucho más confuso se vuelve todo si tratamos de recopilar
las promesas hechas por Humala -antes y durante su gobierno- pues no sólo nos
encontramos con un menú diverso de planes de trabajo, hojas de ruta y otros,
sino que las ‘promesas’ que se dirigieron hacia los distintos estratos sociales
fueron hasta contradictorias. Aún si siguiéramos poniendo nuevos ejes técnicos
de qué promesas son las definen la respuesta de los encuestados ninguna podría
explicar la paradoja. El problema del razonamiento es ese justamente: discurrir
en el ámbito de lo técnico nos obliga a ver este problema fijando criterios;
más aún implica ver el fenómeno como un dispositivo: si se cumple con el
programa social X la persona Y debe aprobar
la gestión. Si fuera así ni el mismo Humala -quien parece tener una insana
obsesión de querer complacer a todos- tendría claro qué clase de promesas está
(in)cumpliendo para tener esos resultados.
En ese sentido, me parece absolutamente pertinente hablar
de las ‘promesas’ de Humala no desde lo técnico como marco de referencia -ya
hemos visto que no nos ayuda-; sino como inscritas en marcos políticos que se
han ido construyendo y transformando desde su campaña hasta la actualidad, y en
los que las esperanzas y las sensibilidades de las personas tienen un rol
constituyente.
Así por ejemplo, la diferencia entre Huamala y Fujimori
en campaña no eran las propuestas técnicas -si no tengo mala memoria, Keiko
tenía un plan atiborrado de programas sociales- sino que el debate se movía
claramente en torno a lo político. La candidatura de Ollanta Humala claramente
significaba si no una gran transformación, al menos un revés para los ‘poderosos’,
una revancha que se iba a cobrar. Tanto así que apenas ganó, la bolsa de
valores sufrió una baja y la CONFIEP inmediatamente pactó una reunión política
con el electo presidente para asegurar la continuidad del ‘modelo económico’[3]. De la misma manera,
ya en el gobierno, las señales políticas de Humala permitieron que
reposicionara el sentido de su liderazgo hacia un aire de seguridad entre
quienes al principio habían pensando su candidatura como peligrosa para sus
intereses.
Sería tonto pensar sin embargo, que estos dos constructos
de significado sobre el gobierno de Humala son monopolizados por sectores
sociales determinados: la encuesta justamente demuestra todo lo contrario. Lo
importante que queremos señalar es que bajo estas dos líneas principales de
percepción[4] de ‘lo que prometió
Humala’ o ‘lo que debía ser el gobierno Humala’, se fueron administrando las
esperanzas y sensibilidades de las personas, pero dichas líneas no son
antagónicas en nuestra particular subjetividad: un emolientero puede creer que
debe seguir el modelo económico que le ha permitido progresar, pero a la vez
puede identificarse sin ningún problema con una lucha contra los poderosos. Las
fronteras políticas ya no se preocupan por dividir a las personas en dos grupos
irreconciliables -proletarios y capitalistas-, sino en generar identidades
competitivas dentro de un mismo sujeto. El mismo Humala es testimonio de vida
de este nuevo trazado del mapa político.
No sorprendería
que Humala, mientras no haya ningún escándalo político de gran magnitud y siga
dándole el mismo matiz a su manejo político, se mantenga con un nivel de
aprobación de media tabla.
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