Por Erick Fabián Quispe
“Nada puede ser pensado como bueno sin ninguna
restricción, excepto una buena voluntad” (Kant)
En esta ocasión nuestro artículo tiene un tono más filosófico. Para ser exactos, Emmanuel Kant será el autor a abordar desde su conocida obra “La Ética de las Costumbres”. Y el punto central de nuestra reflexión en este artículo es la “Buena Voluntad”, la cual es precisamente planteada por el filósofo alemán como un elemento fundamental dentro de la propuesta ética de este autor.
No pretendemos ser unos expertos en análisis filosófico kantiano, sino presentar una reflexión personal sobre este punto; ya que, hoy más que en otros tiempos, es necesario y vital -a nuestro entender- hablar de ética, sobre todo en nuestra sociedad peruana, ya que la ética debería ser un elemento importante en el pensar, sentir y actuar humano, por ende, de toda la sociedad.
Por lo antes expuesto, debemos partir de un acercamiento teórico breve a la filosofía kantiana. Kant, al inicio de su obra, nos plantea que existen dos tipos de dones: 1. Los dones de la naturaleza (o también conocidos como talentos del espíritu -el valor, la decisión, etc.-) los cuales precisamente nos han sido otorgados, sabiamente, por esta (la naturaleza). 2. También encontramos a los dones de la fortuna (el poder, la riqueza, etc.). De los cuales se afirma que también son bienes, y son en su mayoría muy deseables por el hombre. Sin embargo, no se constituyen como deseables por sí mismos; sino, por sus efectos o consecuencias que producen.
En contraposición a estos “bienes” surge la interrogante kantiana por descubrir cual entonces es ese “bien supremo” que debe ser bueno en sí mismo. Este en contraposición a los dones que el hombre posee o busca, tiene valor por sí misma, y no solo produce la felicidad momentánea (como en el caso de los anteriores) sino que se constituye como condición previa de dicha felicidad. Una felicidad más absoluta y que se haya en el mismo hecho de actuar conforme a ese bien supremo. Sobre esto explicaremos más detalladamente a continuación.
Mencionamos que estos talentos o dones son buenos. Y es la felicidad que producen lo que le da valor a estos; pero, nos advertirá Kant, también pueden ser negativos y dañinos si estos son solo alcanzados o llevados a cabo por el placer que producen. Es decir, cuando se constituyen como fines últimos y no como medio para el bien supremo que se encuentra tras de ellos. Esto se entiende desde la propuesta kantiana, de que es necesario que exista detrás de estos dones mencionados al inicio: “una BUENA VOLUNTAD que dirija a un fin universal esa felicidad producida”.
Por tanto, la “Buena Voluntad” se convierte en una condición necesaria que nos hace dignos de ser felices. Sin embargo, Kant olvida que algunas cualidades o dones son favorables a esta buena voluntad; pero nos recuerda también que estas no tienen un valor interno absoluto. Sino que, presuponen una Buena Voluntad que restringe el alta estima que solemos atribuirles. Lo cual precisamente no nos permite considerarlos (los dones, talentos) como buenos de modo absoluto o en sí mismos.
Un punto clave para entender este concepto de “Buena Voluntad” es que esta no es buena por lo que realice, sino que “es buena por el querer”. En otras palabras, es buena en sí misma. Kant agrega además que es más valiosa que la suma de todas las inclinaciones. Por tanto, posee un valor absoluto. Dentro de todo ello, surge aún la interrogante en que si este es el bien supremo, he incluso condición previa para la misma felicidad, cuál es la facultad que se encarga de mostrarnos o guiarnos en el descubrimiento de esta Buena Voluntad. Aparecen aquí dos términos que son importantes de explicar: la razón y el instinto natural.
Por un lado, la razón parece constituirse como una facultad insuficiente para comprende el este Bien Supremo. Tal vez, se argumenta, que la naturaleza habría sido más sabia en otorgarle al Instinto natural el beneficio de ser la rectora de nuestra Buena Voluntad. Pero, entonces la naturaleza para que nos hubiera dado la razón, se pregunta el autor. Surge por tanto, una nueva forma de entender la razón, no solo como facultad especulativa sino también, como una facultad práctica.
Es desde esta dimensión de la razón que el hombre produce una “Buena Voluntad”. Es este el destino verdadero de la razón, nos dirá Kant. Es así como la Buena Voluntad se constituye no como único bien, ni todo el bien, pero si como bien supremo y condición de cualquier otro, incluso la felicidad, como señalamos antes. Ya que, por esta voluntad buena nos hacemos dignos de tal felicidad.
Por otra parte, juega un papel importante en la comprensión de esta voluntad el concepto del deber. Trataremos de explicar, brevemente, esta relación existente y que clarifica mejor lo que Kant propone como Voluntad Buena. Empezaremos señalando con Kant:
“Para desarrollar el concepto de buena voluntad, digna de ser estimada por sí misma y sin ningún propósito exterior a ella, tal como se encuentra en el sano entendimiento natural… vamos a considerar el concepto de deber, que contiene el de una voluntad buena…” (Cf. Kant, p.58)
La Buena Voluntad, se constituye como bien supremo en la medida que no está sujeta a las inclinaciones materiales de los hombres. Es decir, su cumplimiento se da por deber, porque en esta buena voluntad se encuentra la mayor expresión de la felicidad, que se desarrolla de manera incondicionada por el mismo hecho de actuar conforme a la buena voluntad.
Asimismo, para entender este concepto de deber es necesario relacionarlos con el ejercicio de la Buena Voluntad, la cual se da por determinación del cumplimiento de la ley moral implícita en cada uno de nosotros. Es preciso señalar también que hablar del bien supremo, como condición de los otros bienes, implica también hablar de acciones morales. Ya que, el concepto de voluntad buena, no se entiende sino desde el plano de una ética práctica, la cual se sigue precisamente de esta buena Voluntad enunciada.
Esta ética del deber, planteada por Kant, que se constituye como universal y racional ha de partir no de la experiencia sino del deber, es decir desde categorías a priori, las cual explican su carácter de condición previa de los otros bienes.
De todo lo antes expuesto, consideramos que es asombrosa toda la argumentación racional expuesta por Kant acerca de cómo la Buena Voluntad es la que se constituye como el bien supremo, condición primera para el resto de bienes. Y además de ello, a partir de esto construye toda una lógica sobre como el ser humano se encuentra sujeto, en cuento al desarrollo de su moral, a una razón práctica, la cual es la encargada de dirigir esta buena voluntad.
No obstante, la pretensión de universalizar los actos morales en conformidad con una ley universal parece constituirse como un intento de sacar al ser humano del contexto particular en el que convive e interactúa diariamente. Es decir, el actuar siguiendo este principio moral de la buena voluntad, “obligaría” a que precisamente por deber todo ser humano actúe frente a situaciones morales en consecución a una ley a priori que “nuestro entendimiento natura ya conoce”. En otras palabras, es dejar de lado la experiencia personal e histórica de cada sujeto, y también el aspecto cultural en el cual cada uno nace y crece, en pos de una homogenización de nuestro actuar moral.
Finalmente, consideramos que existen aspectos importantes de ser considerados desde esta reflexión racionalista de la moral, pero que deben ser sometidos también a nuestra reflexión subjetiva (también emocional, cultural, etc.) y re-leídos desde una óptica contemporánea, en la cual es necesario una visión más integradora de las dimensiones del ser humano. Es decir, no es suficiente tomar como base solo a una ética práctica fundada en la razón práctica, que busca partir de a prioris; sino que también es necesario e importante tomar en cuenta los aspectos concretos de la realidad, su historicidad, su experiencia a posteriori y diversa, así como su subjetividad colectiva e individual, constituyendo, tal vez, una nueva perspectiva ética más humanizadora de las sociedades.