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sábado, 8 de octubre de 2011

Remedios, eternamente bella.

Por Alejandro Prieto Mendoza

En el artículo número 2.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se expresa lo siguiente:
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta  Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión pública o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. (Asamblea General de las Naciones Unidas 1948).

Sin embargo ¿por qué en diversas sociedades ciertos derechos universales, como la igual remuneración salarial para ambos sexos, no se ejercen de manera equivalente? ¿Por qué existen diferencias en diversos campos o ámbitos de la sociedad? ¿Cómo una sociedad puede aceptar o normalizar estas diferencias?
Sylvia Walby, conceptualiza este tipo de sociedad, la cual normaliza la supremacía masculina, bajo el apelativo de “sociedad patriarcal”, es decir un “sistema de estructuras y prácticas sociales en el que los hombres dominan, oprimen y explotan a las mujeres” (Giddens 1998:43)[1]. Si el género masculino domina, oprime y explota a las mujeres ¿Cómo y de qué manera llevan a cabo tales ejercicios?
Las estructuras y prácticas sociales que definen la dominación del hombre son asimiladas por los individuos de la sociedad a través del proceso de socialización primaria y secundaria; además en estas etapas, el individuo configura su identidad, género y rol social; asimila el sistema de estratificación, las instituciones, categorías, símbolos, etc. (Giddens 2001:58). Para el presente artículo, me centraré en el aspecto simbólico de la dominación masculina.
Simon de Beauvoir, novelista y filósofa francesa, en su ensayo El segundo sexo, aborda este tipo de dominación. Según ella, “ningún sujeto se plantea, súbita y espontáneamente, como lo inesencial; no es lo Otro lo que, al definirse como Otro, define lo Uno, sino que es planteado como Otro por lo Uno, al plantearse éste como Uno. Mas, para que no se produzca el retorno de lo Otro a lo Uno, es preciso que lo Otro se someta a este punto de vista extraño” (De Beauvoir, Simon 2009: 20).
Entonces ¿Qué es el Otro y qué es lo Uno? El Otro es la mujer subyugada a la articulación de su yo, el cual se articula en base al yo masculino. Ahora surge una nueva interrogante: ¿Por qué sucede esta dominación simbólica? Dice Beauvoir que “la mujer no se reivindica como sujeto, porque carece de los medios concretos para ello, porque experimenta el lazo necesario que la une al hombre sin plantearse reciprocidad alguna, y porque a menudo se complace en su papel de Otro(De Beauvoir 2009: 23).
Ante estas explicaciones, formulo la siguiente pregunta: ¿Qué tan ligadas están las macroestructuras sociales de Macondo con los preceptos de la sociedad occidental patriarcal? La respuesta a esta interrogativa se trabajará en el siguiente artículo.
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Son muchos los personajes femeninos que gozan de privilegio o de fama entre los lectores de la literatura universal, pero son, en menor medida, aquellas féminas que logran cautivar nuestra memoria con sus peripecias, desórdenes mentales, rebeliones sociales e incluso, hasta destinos fatales.
¿Qué sería de la literatura sin Ana Karenina, la estación de tren y el conde Vronski; de Lolita, la nínfula tormentosa y la mirada cándida pero turbia de Humbert Humbert; de Scheherezada y su constante narrar para evitar la muerte; y de las muchas y valiosas mujeres que en cada palabra cautivaron al lector hasta el límite de encandilar a más de un desventurado?
Es para mí, Cien años de soledad, una novela en la cual he encontrado a un memorable personaje femenino de la segunda mitad del siglo pasado: Remedios, la bella. Un personaje excéntrico de corta duración en una magistral novela, un personaje que no solo atrapa e induce al lector a la voracidad de las palabras, sino, en el transcurrir de la narración, ella en sí, con su forma de ser, de actuar, de pensar, se va infiltrando en la memoria de generaciones y generaciones.
Es justo esa “forma de ser, de actuar y de pensar” que me lleva a mí, un joven lector, a intentar analizar sus características y el rol que cumple dentro de la sociedad macondiana.

Remedios y la redefinición a través de la imposibilidad del contagio

Remedios, la bella, miembro de la cuarta generación de la estirpe Buendía, hija de Santa Sofía de la Piedad y de Arcadio. Hija de una madre cuyas características el lector puede percibir como las del estereotipo de una mujer convencional atrapada en la sociedad patriarcal.
¿Qué significa el personaje de Remedios, la bella, en la novela? ¿Por qué emana un flujo mortal entre los hombres? ¿Por qué muchos de sus familiares aseguran que sufre de retraso mental? ¿Por qué no acepta los convencionalismos de la sociedad de Macondo? Estas preguntas serán resueltas en el transcurso del siguiente artículo.
Remedios es un personaje complejo; sus características y su identidad son ubicables en la lectura; sin embargo, hay una lectura oculta, entre su forma de ser, que debe ser clarificada. Es un personaje con un carácter simbólico muy profundo para la novela de García Márquez.
En primer lugar, analizaré la imposibilidad del contagio, luego características como: la vestimenta, la forma en la que se desarrolla con el entorno ficticio, su relación con la novela, etc.
Fue por eso que decidió apartarla del mundo, preservarla de toda tentación terrenal, sin saber que Remedios, la bella, ya desde el vientre de su madre, estaba a salvo de cualquier contagio. (García Márquez 2004: 236)

¿Qué significa que “estaba a salvo de cualquier contagio”? ¿Qué tanto puede influir en la constitución de la novela?
Este contagio es preciso entenderlo, no en el significado tradicional que uno puede entender, es decir,  como  “Transmisión, por contacto inmediato o mediato, de una enfermedad específica” (RAE: 2001), sino como un contagio simbólico; se trata de una imposibilidad de “contagiarse” de los formalismos, como la moda; convencionalismos, como el género femenino de la sociedad de Macondo, etc.
Esta imposibilidad jugará un rol decisivo en la constitución y en el accionar de Remedios, la bella; a continuación, expondré de qué manera la imposibilidad del contagio afecta a este personaje.
Se estancó en una adolescencia magnífica, cada vez más impermeable a los formalismos, más indiferente a la malicia y la suspicacia, feliz en un mundo propio de realidades simples. No entendía por qué las mujeres se complicaban la vida con corpiños y pollerines, de modo que se cosió un balandrán de cañamazo que sencillamente se metía por la cabeza y resolvía sin más trámites el problema del vestir, sin quitarle la impresión de estar desnuda, que según ella entendía las cosas era la única forma decente de estar en casa. La molestaron tanto para que se cortara el cabello de lluvia que ya le daba a las pantorrillas, y para que se hiciera moños con peinetas y trenzas con lazos colorados, que simplemente se rapó la cabeza y les hizo pelucas a los santos. Lo asombroso de su instinto simplificador era que mientras más se desembarazaba de la moda buscando la comodidad, y mientras más pasaba por encima de los convencionalismos en obediencia a la espontaneidad, más perturbadora resultaba su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres. (García Márquez 2004: 272, 273)

En el pasaje recién citado, se dice que ella no entendía la “moda” o la forma de vestir con corpiños y pollerines; es decir, no aceptaba una práctica social impuesta en un cierto momento histórico. Utilizaba un gran camisón blanco de fácil usar y que translucía parte de su cuerpo; no sentía este sentimiento de pudor, de glorificación divina y sacrílega del cuerpo humano.
La moda[2], entendida como una institución, al rechazarla va a generar un cierto poder de coerción; es decir, el agente o el individuo que vaya en contra de una institución será, tal vez, juzgado por el resto.
El cortarse por completo el cabello es rechazar otra vez una institución o práctica social; en la sociedad de Macondo y esta como reflejo de la sociedad occidental patriarcal, es el cabello, en cierta medida, un símbolo de femineidad por excelencia.
Pero ¿Por qué rechaza todo esto?
Porque es propio de ella no aceptar estos convencionalismos; es natural su obediencia a la espontaneidad o, entendido de otra manera, su desobediencia a los formalismos monótonos o instituciones que parecen no redefinirse en la sociedad de Macondo.
Por otro lado, uno encuentra pasajes en la narración que ayudan a corroborar esta teoría de la imposibilidad del contagio:
En realidad, Remedios, la bella, no era un ser de este mundo. Hasta muy avanzada la pubertad, Santa Sofía de la Piedad tuvo que bañarla y ponerle la ropa, y aun cuando pudo valerse por sí misma había que vigilarla para que no pintara animalitos en las paredes con una varita embadurnada de su propia caca. Llegó a los veinte años sin aprender a leer y escribir, sin servirse de los cubiertos en la mesa, paseándose desnuda por la casa, porque su naturaleza se resistía a cualquier clase de convencionalismos. (García Márquez 2004: 235, 236)

Es claro que se le atribuye cierta naturalidad a su resistencia a los convencionalismos de la sociedad. Dice Laura Balbuena: “la formación de nuestra propia identidad juega un rol muy importante, no sólo el reconocimiento de nuestra voz por parte de otras voces diferentes a ella, sino el reconocimiento de parte de nosotras mismas, de nuestra propia voz” (Balbuena 1999: 2).  Al no poder contagiarse, es decir, que no pueda aceptar los convencionalismos de manera natural, que sea una característica biológica de la constitución del personaje,  podrá redefinir su yo, no articularlo en base a la dominación simbólica del género masculino, sino en base a una definición propia del yo femenino.
Un ejemplo que puede ayudar a clarificar lo contrario a la redefinición es el siguiente:
No es sólo la preocupación por la opinión ajena lo que la incita a consagrar tiempo y cuidados a su belleza, a su entorno. Desea ser una verdadera mujer para su propia satisfacción. No logra aprobarse a través del presente y el pasado más que acumulando la vida que se ha hecho ella misma con el destino que su madre, sus juegos infantiles y sus fantasmas de adolescente le habían preparado. […] Su madre y sus mayores le han inculcado el gusto por el nido: una casa propia ha sido la forma primitiva de sus sueños de independencia; no piensa renunciar a ellos ni siquiera cuando haya encontrado la libertad por otros caminos. (De Beauvoir 2003: 679)

Remedios, no se preocupa por la opinión ajena, no consagra tiempo a su belleza, no ha inculcado el gusto por el nido, y todo por redefinir su yo, por articular su género femenino como Uno y no como Otro.
Sin embargo, como la sociedad de Macondo es el reflejo de la sociedad occidental patriarcal y Remedios, la bella rechaza los convencionalismos, de cierta manera, el poder de coerción de los formalismos recae sobre ella.
Ya desde mucho antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las tardes olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era boba. «Vamos a tener que rifarte»[3], le decía, perpleja ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres. (García Márquez 2004: 279)

Amaranta la consideraba inútil; es decir, para Amaranta, la función de una mujer se limitaría al ámbito privado y los quehaceres del hogar.
Úrsula no volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la casa. «Los hombres piden más de lo que tú crees -le decía enigmáticamente. Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees[4]. (García Márquez 2004: 278)

Además de “boba”, en ciertos pasajes, se refieren a ella como retrasada mental, y es que la no asimilación de las costumbres provoca en los agentes rechazo hacia los individuos que las incumplen. Ellos no pueden entender este rechazo; es por ello que la tildan de retrasada mental, pues no pueden concebir una vida diferente a lo impuesto. Ellos, excepto uno, el coronel Aureliano Buendía, el cual decía de Remedios:
A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido[5] que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos. (García Márquez 2004: 280)

Hasta aquí, queda expuesto el significado de la imposibilidad del contagio y la importancia para entender a Remedios.
Por otro lado, la constitución del personaje de Remedios no recae solo sobre la imposibilidad del contagio y de la no asimilación de las costumbres, sino, y con mucha importancia, de ciertas características que se pueden reunir en un estereotipo: femme fatale.
¿Qué se entiende por femme fatale? ¿Cómo nace este estereotipo en la historia de la literatura? ¿Remedios, además de redefinir su género, también redefine este estereotipo?
Erika Bornay, en Hijas de Lilith, desarrolla los atributos del estereotipo:
Hay, general, una coincidencia en describirla como una belleza turbia, contaminada, perversa. Incuestionablemente su cabellera es larga y abundante, y, en muchas ocasiones rojiza. Su color de piel pone acento en la blancura, y no es nada infrecuente que sus ojos sean descritos como de color verde. En síntesis, podemos afirmar que en su aspecto físico han de encarnarse todos los vicios, todas las voluptuosidades y todas las seducciones. En lo que concierne a sus más significativos rasgos psicológicos, destacará por su capacidad de dominio, de incitación al mal, y su frialdad, que no le impedirá, sin embargo, poseer una fuerte sexualidad, en muchas ocasiones lujuriosa y felina, es decir animal[6]. (Bornay 1998: 115)

Estas características son del estereotipo europeo de femme fatale; por ejemplo, en el cuadro La aparición de Gustave Moreau, se retrata a Salomé bajo estas características. Por otro lado, Salomé, del dramaturgo irlandés Oscar Wilde, es aún de una belleza de mayor grado de malicia.
Pero ¿por qué Remedios es una femme fatale?
Lo que ningún miembro de la familia supo nunca, fue que los forasteros no tardaron en darse cuenta de que Remedios, la bella, soltaba un hálito de perturbación, una ráfaga de tormento, que seguía siendo perceptible varias horas después de que ella había pasado. Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. (García Márquez 2004: 274)

Se le pude atribuir este estereotipo en cuanto “soltaba un hálito de perturbación, una ráfaga de tormento”, generaba en los hombres de Macondo tal fascinación perturbadora que, en cuatro oportunidades, este anhelo agónico ocasionó sus muertes.
La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. (García Márquez 2004: 278)

Es una fascinación que dota de placer, que exalta el deseo, pero que perturba la mente de los esperanzados, este tipo de relación tormentosa se puede ver expresado en versos de un poeta surrealista peruano, César Moro: “Amo la rabia de perderte […] que me deshace y me recrea” (Moro 1957: 30)
Sin embargo, Remedios, la bella no es del todo una femme fatale que destaque por “su capacidad de dominio, de incitación al mal, y su frialdad”. Ella, no utiliza al género masculino como un medio para concretar su fin, no busca ser una mujer dominante. Ella, naturalmente, es así, redefine su yo, su género, no articula su identidad como Otro, sino como Uno y, por ello, no es que busque la dominación, sino que es indiferente a estas prácticas de superioridad, sabe que la dominación es infundamentada. Ella está más allá de las convenciones y de lo impuesto. No necesita de los hombres, ni de nadie, vive una realidad simple, sola, entendiendo todo a su manera, una manera original y única.
Ascensión al cielo como la independencia absoluta

Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo […]. Cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria. (García Márquez 2004: 280, 281)

De esta manera, García Márquez narra la ascensión al cielo en cuerpo y alma de Remedios, la bella, pasaje en el cual, una vez más, el lector queda sorprendido o anonadado con lo sucedido; es para nosotros un pasaje mágico, irreal; para la familia Buendía, inmersa en este mundo real maravilloso, un hecho con cierta normalidad.
Muchos críticos han intentado dilucidar el significado de este pasaje, la lectura oculta que uno puede revelar, la significación para la obra. Algunos concuerdan que es la representación de la Virgen María y que Remedios sube al cielo como una virgen inmaculada. Otros, que es un intento de salvación o que representa el fracasado destino que tendrá la estirpe.
En este subcapítulo, analizaré y criticaré ciertas posturas para este pasaje; luego, plantearé una hipótesis para la representación de la ascensión.
Primero, trabajaré sobre la idea de Virgen María: “Es, exactamente, lo que ocurre con Remedios, la bella. Por no servir al propósito de la ideología patriarcal, representado en el texto por las exigencias masculinas sobre las conductas femeninas, decide que ya está en hora de partir. Entonces, un cierto día, ella sube al cielo como una virgen in-maculada.  (Rodríguez 2009: 12). Otro autor expresó: “Es muy fácil localizar en ella a la Virgen a través de la muy evidente figura de su ascenso a los cielos; pero hay muchos otros indicios que enriquecen esa significación”  (Maturo 1972: 140)
¿Puede Remedios la bella ser la representación de la Virgen María? Si se acepta esta premisa, se negaría el rechazo hacia los convencionalismos seculares que rigen en Macondo, se negaría lo natural en Remedios, su imposibilidad del contagio. La bella no puede ascender como virgen, puesto que ello la dotaría de un estereotipo subyugado, mediador, sin yo, con una identidad articulada bajo la dominación simbólica de lo masculino. Sin embargo, existe una posibilidad para esta representación.
García Márquez, se sitúa dentro del paradigma de lo real maravilloso; este movimiento, al ser contestatario, puede que subvierta ciertos esquemas; por ejemplo, Remedios, si asciende como la Virgen María, no asciende como la virgen católica subyugada, sino para redefinir este imagen, para que la imagen de esta virgen deje de ser una imagen que sirva para la dominación de lo masculino.
En segundo lugar, una postura que comparto es la de Carmen Perilli: “la fuga de su cuerpo es la huida del alma de la estirpe al reino de la ausencia. […] La pureza no tiene cabida en el mundo de los Buendía. El Macondo de la Compañía Bananera es incapaz de aceptarla. Es un mundo de muerte donde no se busca el amor”. (Perilli 1990: 173)
Tal vez, Remedios era demasiado humana, gozaba de una pureza inimaginable que solo podía ser correspondida con sentimientos puros, sin contacto alguno con hechos empíricos, solo sentimientos en cuanto sentimientos.
Tal vez, no sólo para rendirla, sino también para conjurar sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo y simple como el amor” (García Márquez 2004: 278)

Puede ser que por ello abandone Macondo, por la absoluta soledad en la cual se encontraba; necesitaba, tal vez, aislarse de tanto impulso mortífero y vivir en la pureza de la ausencia total. Aislarse de la imperfección multitudinaria e ir hacia un paraíso utópico en el cual solo reine los sentimientos puros, sentimientos sin daño empírico. Estas dos posturas son de vital importancia para la significación. Ahora, plantearé algunos significados que se le pueden atribuir a este pasaje, respetando la constitución del personaje de Remedios, la bella.
En primer lugar, la imposibilidad del contagio no le permitió vivir más en ese mundo de caos y fracaso; es natural en ella esa imposibilidad, el rechazo hacia todo convencionalismo. Remedios resulta ahistórica, pura, que, al vivir tan inmersa en ese mundo de fracaso, su naturaleza la llevó hacia la ascensión, un hecho que en el mundo de lo real maravilloso puede suceder con normalidad. Una vez más su vacuna natural la llevó hacia el rechazo.
En segundo lugar, y ya anteriormente expresado, puede que la significación del pasaje sea útil para expresar el carácter contestatario de lo real maravilloso, para redefinir esa imagen de virgen mediadora que sirve para seguir proliferando la dominación simbólica masculina.
Finalmente, puede que exprese la independización absoluta del género femenino de la sociedad occidental patriarcal. Puede ser representado como la articulación del yo femenino como un absoluto Uno. Una mujer absolutamente independiente, un ser que no depende del contexto o del tiempo, una forma de entender que la igualdad de géneros debe ir más allá del tiempo y del espacio. Un pasaje para que los lectores entiendan que ambos géneros deben de gozar de iguales condiciones y oportunidades en cualquier momento. O tal vez, tan solo un simple y bello recuerdo de una gran obra y un gran personaje.

Bibliografía:

ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS
1948                 Declaración universal de los derechos humanos. Consulta: 21 de junio del 2011

BALBUENA, Laura
1999                “Lo “femenino” como amenaza. Mujeres, poder y voz”. Ponencia presentada en Encuentro Nacional de Mujeres. Lima. Consulta: 5 de abril del 2011. http://www.mamfundacional.org/recursos/Dilemas_Eticos.pdf

BORNAY, Erika
1998                 Las hijas de Lilith. Tercera edición. Madrid: Ediciones Cátedra.

DE BEAUVOIR, Simone
2009                 El segundo sexo. Traducción de Juan García Puente. Quinta edición. Buenos  Aires: Sudamericana.

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel
2004                 Cien años de soledad. Bogotá: Grupo Editorial Norma.

1967                “Subida al cielo en cuerpo y alma de la bella Remedios  Buendía”. Amaru. Número uno, pp.24-29.

GIDDENS, Anthony
2001               Sociología. Traducción de  Jesús Cuellar Menezo. Cuarta edición. 
                       Madrid:  Alianza Editorial.

LEGRAND, Francine-Claire
1971               Le Symbolisme en Belgique. Bruselas: Laconti

MATURO, Graciela
1972              Claves simbólicas. Segunda edición. Buenos Aires: García Cambeiro.

MORO, César
1957               La tortuga ecuestre. Lima: Ediciones Trigondine

PERILLI, Carmen
1990               Imágenes de la mujer en Carpentier y García Márquez. Tucumán:
                      Universidad Nacional de
                      Tucumán.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
2001               Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. Consulta: 28 de septiembre.
                      http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=contagio

RODRÍGUEZ, Laura
2009                “Una lectura arquetípica de los personajes femeninos de Cien años de soledad. Narrativas. S/c,número 12, pp. 3-14. Consulta: 5 de abril.
                        http://carlosmanzano.net/narrativas/narrativas12.pdf

WALTHER, Ingo
2005                 Los maestros de la pintura occidental. Dos volúmenes. Köln: Taschen



[1] Es decir, una sociedad en la cual prima la supremacía social, económica, política, institucional y simbólica del género masculino.
[2] La categoría de ‘lo femenino’ es producto de una serie de interrelaciones e intercambios en el que participan instituciones, como la familia o escuela,  y prácticas, como la moda. Ahí radica su importancia.
[3] Se asume como válido, en la novela, que una mujer que no posea las habilidades necesarias para administrar el ámbito privado, el hogar, no es valiosa para el género masculino.
[4] Este otro pasaje expresa lo postulado; resulta  muy importante, debido a que demuestra las exigencias sociales que recaen sobre la mujer, y cómo las mismas mujeres (Como Úrsula o Amaranta) reproducen este discurso patriarcal y se encargan de inculcarlo en otras mujeres.
[5] Alguien lúcido es quien razona con claridad pero, en este caso, sería alguien, Remedios, la bella, que puede ver más allá de lo aparente.
[6] Erika Bornay utiliza animal según Of Animalit y [De la animalidad] de Fernand Khnopff. Esta pintura se puede encontrar en Le Symbolisme en Belgique de Francine-Claire Legrand.

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