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domingo, 30 de octubre de 2011

El gobierno de los símbolos borrosos: Los primeros tres meses de Ollanta Humala

Por Luis Chávez Lara

Después del último proceso electoral no quise opinar de la política nacional pero como muchas cosas que me propongo hacer, esta tampoco la conseguí. El 28 de julio del año 2011, hace tres meses, Ollanta Humala juramentaba ante el país como el nuevo Presidente de la República al derrotar a Keiko Fujimori. Para sus seguidores fue un logro épico, una victoria de la dignidad frente al ejército de los indignos votantes de la opción fujimorista, personajes armados de inconsecuencia y odioso pragmatismo capaces de optar por ella a pesar del corrupto, asesino y dictatorial gobierno de su padre, el iniciador de la dinastía Alberto Fujimori Fujimori. La prensa informaba de las consecuencias económicas del resultado electoral mientras que en las redes sociales comentarios racistas e intolerantes adornaban los muros de los usuarios del Facebook y del Twitter, provocando enfrentamientos entre los vencedores y vencidos, entre amigos y familiares separados por sus preferencias políticas. Fue la campaña más polarizada de nuestra historia reciente, donde se demostró una vez más, que el Perú sigue siendo un país con heridas que no cierran y escindido por profundas diferencias sociales.

La victoria de Gana Perú fue considerada por determinados grupos como una reivindicación de los sectores olvidados, de los ignorados, el gran triunfo popular producto de la histórica indiferencia con que se trataba a los ciudadanos más pobres, aquellos que son mayoría y que habitan a la sombra de sus capitales. Pues bien, Ollanta Humala sería el cobrizo señor Presidente que pondría en práctica su repetida promesa, la inclusión social. El inicio de su gobierno significó, en teoría, una nueva era, un blanqueamiento de la política, tuvo el respaldo inicial de más del 70% de la población, en general su ascenso al poder tuvo un gran contenido simbólico que llenó de optimismo incluso a los votantes de Keiko, quienes comprobaron que el Apocalipsis financiero no sería por culpa del MEF, sino que de repente vendría por el contexto internacional. Humala se “lulanizó”, se dedicó a concertar, se rodeó de intelectuales de izquierda y de líderes sociales como Mario Huamán, atrajo el apoyo del Nóbel y de su liberal hijo Alvarito y se asoció a Toledo, el otrora presidente autodenominado Pachacútec. El gas iba a ser para los peruanos, las mineras pagarían más impuestos y se le darían 250 soles mensuales a los ancianos en extrema pobreza. Precisamente estas propuestas fueron las que inclinaron mis preferencias por su opción, justamente cuando las encuestas lo ubicaban en segundo lugar y estaba en evidente caída frente a su rival. Pero bueno, el país experimentaba una sensación de esperanza, al parecer vendrían nuevos y mejores tiempos y las promesas de un país más inclusivo y justo en lo social parecían hacerse realidad.

¿Pero qué pasa cuando toda esta carga simbólica genera falsas expectativas? Ollanta Humala nombró a Susana Baca, la conocida cantante como Ministra de Cultura emulando la experiencia brasileña de Gilberto Gil, pero con qué criterio se realizó esta designación, acaso aún se quiere seguir jugando al populismo aprovechando la popularidad de figuras mediáticas, o lo hizo para ganarse la simpatía de los afroperuanos, grupo marginado y víctima de prejuicios debido al color de su piel desde tiempos coloniales, sea como sea la señora en lugar de sentarse en su cultural escritorio siguió pisando los escenarios y solicitando licencias para no cancelar sus conciertos, el resultado, que le pregunten sobre la Ley de Consulta Previa y no sepa qué responder. Nombró como Ministra de la Mujer, seguramente como premio por ser una eficaz vocera, a Aída García Naranjo, dama involucrada en movimientos sociales y al vaso de leche, pero que no supo dar un paso al costado y asumir el costo político por dirigir una institución que repartió, aunque sea por un error involuntario, alimentos envenenados que causaron la muerte de inocentes y empobrecidos niños provincianos mientras ella bailaba alegremente en una reunión.

La población es testigo de una prematura caída de los paradigmas creados por nuestro propio e injustificado optimismo, el que nació por oposición a lo que simbolizaba la otra candidatura, el caso más emblemático es el del señor Omar Chehade, nuestro segundo vicepresidente, uno de los artífices de la prisión de Alberto Fujimori y que encarnaba a la pelea contra la corrupción, ahora involucrado en negociados y acusado de lobbysta, igual a como su mismo partido acusaba al candidato PPK en la primera vuelta y en la segunda cuando este decidió entregarle su apoyo y el de los “ppkausas” a la esposa de Mark. Cuando el río suena es porque piedras trae dice un viejo refrán, el antiguo paladín anti – corruptelas ahora ve manchado su nombre con acusaciones que en opinión de muchos son evidentes pruebas de su culpabilidad, ahora seguramente representará el desencanto, la felonía, la frivolidad, la inconsecuencia, y todo por una supuesta conversación que de haberse llevado a cabo sería un infeliz desenlace de estos primeros meses de gestión gubernamental debido al cargo que ostenta y al cual se aferra fuertemente.

Este gobierno se inició simbólicamente como una reivindicación histórica de los sectores marginados, pero toda esta atmósfera de novedades nos ha puesto la vista borrosa, los ídolos creados a partir del triunfo de Humala no están convenciendo, la Gran Transformación aún no ve su comienzo y los opinólogos que lo respaldaron temen arrancarse la lengua con sus propios dientes, quizá por eso recién decido referirme al tema, por temor a infectarme con mi propio veneno. Seamos sinceros, las cosas en el Gobierno no han cambiado mucho, al contrario observamos la continuidad de la política del carnet, del nepotismo, de las negociaciones por debajo de la mesa, de los congresistas enjuiciados y de los nombramientos populistas o motivados por premios a buenos soldados de campaña, en desmedro de la meritocracia y faltando a la voluntad popular que aspiraba a confiar nuevamente en la política y en sus autoridades. La excepción que rescato de esta primera etapa es la creación del Ministerio de Inclusión Social y el nombramiento de la especialista del IEP Carolina Trivelli como ministra, en mi opinión uno de los aciertos donde se demuestra que aún podemos seguir confiando en la voluntad del Gobierno de hacer las cosas bien y que nombrará a gente preparada para asumir las distintas carteras y puestos estatales en general, además el recorrido será de cinco años y asistimos solo al inicio de este nuevo capítulo de la historia peruana.

Ollanta Humala tiene la palabra, esperemos que no sea otro Castañeda con su eterno mutismo, indiferente a lo que sucede entre sus más cercanos colaboradores y que demuestre que si está de acuerdo con la Primera Dama, que pavimente ese camino del cual se están desviando, el dificultoso “camino correcto” al que hizo referencia Nadine Heredia hace unos días y que muy pocas personas transitan debido a las innumerables tentaciones que hay que esquivar cuando se tiene la carga tan grande que significa detentar el poder.

1 comentario:

  1. Interesante el artículo. Creo que podríamos hacer un esfuerzo por extraer algunas conclusiones y enmarcar la descripción dentro de una teoría y bajo la conducción de una ideología más clara.

    La incipiente decepción por los "símbolos" que sobre Humala recaían y ahora van deshaciendose es algo que se pudo anticipar incluso desde la primera vuelta. Podríamos primero partir de definir algo. Definir al partido de gobierno. Sin ser vertical en mi opinión estamos ante un partido liberal, de derecha, burgués que maneja una verborrea de izquierda. Sobre esto el problema no es el partido que construye símbolos sino sobre el pueblo que los acepta y asume como un indicio de "representatividad". Estamos ante la dialéctica de representatividad sin representantes. ¿Qué hacer en este contexto? Considero que debemos destruir esos símbolos.

    En segundo lugar podemos tratar de incorporar una tensión muy fuerte pero que no es evidente. El partido de gobierno al incluir en su programa de gobierno puntos de plataformas de lucha de movimientos sociales acepta un reto muy grande: cumplir sus promesas de inmediato. Los plazos no existen. Es ahora que se debe desarrollar una transformación o sera el partido de gobierno el que se transformará en reaccionario o a lo mucho reformista.

    No existe democracia en la dominación, no existe transformación desde la burocracia. Quizá resistirnos a estas dos ideas son las que nos mueven a abrazar símbolos falsos, vacíos y engañosos.

    Saludos.

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